Tiempo de lectura 3 minutos
Texto base
- Éxodo 19:5–6
“Ahora, pues, si diereis oído a mi voz, y guardareis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos; porque mía es toda la tierra. Y vosotros me seréis un reino de sacerdotes, y gente santa. Estas son las palabras que dirás a los hijos de Israel”. - 1 Pedro 2:9–10
“Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable; vosotros que en otro tiempo no erais pueblo, pero que ahora sois pueblo de Dios; que en otro tiempo no habíais alcanzado misericordia, pero ahora habéis alcanzado misericordia”.
La comunidad cristiana florece cuando todos ejercemos nuestro sacerdocio.
La iglesia solo permanece fuerte si todos participamos activamente.
¡Somos Sacerdotes Reales, No Espectadores!
Pedro nos recuerda que somos “linaje escogido, real sacerdocio, nación santa”. No es un título decorativo, ¡es una identidad con propósito!
Matthew Henry dice:
“Todos los verdaderos siervos de Cristo constituyen un sacerdocio real. Son reales en su relación con Dios y Cristo, en su poder ante Dios y sobre sí mismos y sus enemigos espirituales; son dignos de admiración por su crecimiento espiritual y sus virtudes, y por sus esperanzas y expectativas. Son un sacerdocio real, separados del pecado y de los pecadores, consagrados a Dios, y que le ofrecen un servicio y sacrificios espirituales, aceptables a Dios por medio de Jesucristo”.
David S. Schrock explica:
Así como el Espíritu ungió a Jesús para su ministerio sacerdotal en su bautismo en el Jordán, ahora, después de Pentecostés, Jesús bautiza a sus discípulos con el Espíritu, sellándolos y capacitándolos para un servicio sacerdotal de evangelización y discipulado (Romanos 15:16). Por lo tanto, el Espíritu Santo convierte a la iglesia en una nación santa y un sacerdocio real, enviados a proclamar las misericordias de Dios (1 Pedro 2:1-12).
Aunque algunos no se sientan cómodos con el término “sacerdote”, según las Escrituras todos estamos llamados a serlo. Y dado que todos tenemos ese título, todos tenemos deberes que cumplir en la iglesia.
Imagina que recibes una carta real diciendo que has sido adoptado por la familia del Rey. ¿Seguirías viviendo como si nada? ¡No! Cambiarías tu forma de caminar, hablar y servir. Así debe ser nuestra vida como sacerdotes del Rey de reyes.
No digas: “yo solo soy un miembro más”. ¡No! Eres sacerdote. Repite después de mí:
- Nuestra oración tiene poder.
- Nuestro servicio tiene propósito.
- Nuestro testimonio tiene impacto.
No esperes que el pastor lo haga todo. ¡Tú también fuiste ungido!
El Sacerdocio es Trabajo en Equipo
El Espíritu Santo nos unge para el servicio sacerdotal. Esto no es para unos pocos, es para todos. Como en un equipo deportivo, si uno no cumple su rol, todo el equipo sufre.
Durante la pandemia, el coach Frank Vogel dijo que la falta de práctica afectó la ejecución del equipo. Lo mismo pasa en la iglesia: si no nos reunimos, si no servimos juntos, perdemos ritmo espiritual.
El sacerdocio es como un equipo: cada uno de nosotros tiene deberes y responsabilidades. Si no cumplimos con nuestras tareas, todo el equipo sufre.
¿Qué pasa si el intercesor no ora, el ujier no recibe, el maestro no enseña, el adorador no canta? El cuerpo se debilita. ¡No seas banca! Ponte la camiseta del Reino y juega tu parte. ¡La victoria es colectiva!
La Vulnerabilidad Nos Une, No Nos Divide
Cuando nos reunimos como iglesia, nuestras debilidades se exponen. Como el HDTV que revela cada detalle, estar cerca revela nuestras imperfecciones. Pero en Cristo, eso no es motivo de vergüenza, sino de sanidad.
Una hermana compartió que tenía miedo de servir porque tartamudeaba. Pero cuando lo hizo, la iglesia la abrazó, y su valentía inspiró a otros. ¡La vulnerabilidad se convirtió en victoria!
No escondas tus luchas. En el templo de Dios, tus heridas no te descalifican, te hacen más útil. El sacerdote no era perfecto, pero era consagrado. ¡Dios no busca perfección, busca disposición
¡Levántate, Sacerdote del Reino!
No estás aquí por accidente. Fuiste llamado, ungido y enviado. La iglesia no es un teatro, es un templo. No somos espectadores, somos sacerdotes. ¡Activa tu llamado! Ora, sirve, ama, proclama. El Reino avanza cuando tú participas.
Atentamente, Pastor Guillermo Ayala


